Punto ciego

Cuando la polarización nos mata

Colombia recibe hoy la lamentable noticia del fallecimiento de Miguel Uribe Turbay. Dos meses después del cruel atentado, este hecho nos confronta de nuevo con la cruda realidad de un país atrapado en un ciclo de violencia. Su muerte, es un espejo trágico de nuestra propia historia: la de una nación que ha permitido que la polarización se convierta en el veneno que mata la vida política y social.

Este evento revive en muchos de nosotros el terror de esa violencia ciega que ha invadido a Colombia durante años. Es el reflejo más crudo de vivir en una sociedad donde nos sentimos tan distantes los unos de los otros que hemos llegado a la peligrosa creencia de tener el derecho a anular a quien piensa diferente. A pesar de compartir un mismo territorio, una misma historia y una misma identidad, nos hemos convertido en extraños que se niegan el mutuo reconocimiento.


La raíz de un país fragmentado

La historia de Colombia es, en gran medida, la historia de una lucha irracional entre bandos. Hemos crecido con la idea de que la soberanía sobre el territorio se disputa aniquilando al adversario, a aquel que tiene un interés o una visión distinta. El resultado ha sido la ausencia de una democracia sana y la condena a un círculo vicioso en el que la violencia nos ciega y anula la acción política.

La de Uribe Turbay y mucha otras muertes que ocurren día a día en nuestro país, son fruto de una polarización desmedida. Es la consecuencia de una ceguera que nos convence de que hay un solo bando válido y que cualquier otro debe ser erradicado y silenciado de manera radical. El discurso de odio, la descalificación de posturas contrarias y la negación al diálogo se han vuelto la norma, y con ellos, perdemos la posibilidad de ejercer nuestra condición de seres políticos y construir democracia. 

Como bien lo plantea la filósofa Martha Nussbaum, cuando nos dejamos enceguecer por emociones de supervivencia como la venganza, el asco o el odio, quedamos atrapados por el miedo y no actuamos de manera prosocial. Trascender ese nivel es la vía para encontrar la compasión, la solidaridad y el amor, emociones derivadas de la escucha mutua, el reconocimiento y el respeto. El doloroso panorama que vivimos hoy es un llamado urgente a despertar y a abrirnos al sentir humano que nos conecta unos con otros, no solo en la arena política, sino también en nuestros entornos laborales, educativos y familiares.


El cerebro polarizado y el peso de nuestros sesgos

¿Cómo podemos salir de esta espiral de polarización y encontrar un marco emocional y racional que nos permita construir una comunidad? El psicólogo estadounidense Jonathan Haidt nos ofrece una pista crucial: la polarización no es solo un desacuerdo superficial, sino que está arraigada en profundas diferencias morales. Según él, nuestro cerebro procesa la información a través de sistemas morales que asumimos de manera inconsciente, moldeados por nuestra cultura, tradición y familia.

El conflicto surge cuando nos negamos a trascender esas diferencias fundamentales. Si bien es natural que cada persona evalúe el mundo desde una perspectiva única y forjada por sus experiencias, ver y sentir lo distinto como una amenaza es lo que nos lleva a actos de violencia tan extremos como el asesinato.

Los sesgos cognitivos juegan un papel protagonista en este drama. El sesgo de confirmación nos lleva a buscar información que valide nuestras creencias y a evitar la que las contradice, impidiéndonos revisar con objetividad nuestros propios argumentos. El sesgo de negativismo o el efecto halo, nos hacen juzgar a una persona o ideología por una sola característica, a menudo negativa. Cuando esto sucede, deshumanizamos al otro, reduciéndolo a un objeto que representa algo que rechazamos. Al perder de vista la complejidad de la otra persona, perdemos la oportunidad de una comprensión real y el diálogo se vuelve imposible.

Comprender la raíz psicológica de la polarización nos ofrece la clave para combatirla. No se trata solo de un conocimiento intelectual, sino de una disciplina mental que debemos ejercer a diario. La verdadera lucha contra nuestros sesgos comienza cuando, ante una opinión contraria, somos capaces de hacer una pausa. Es en ese instante que podemos resistir el impulso de juzgar y, en su lugar, buscar la humanidad detrás del desacuerdo.


Un llamado urgente a la esperanza

Hoy, desde el profundo dolor de un país fragmentado y en duelo permanente, no podemos darnos el lujo de perder la esperanza. La muerte de tantas personas no puede ser en vano. Nos obliga a detenernos y a reflexionar sobre el camino que estamos tomando como sociedad. No tenemos más opción que aferrarnos a la convicción de que somos capaces de ser mejores.

Las herramientas para salir del ciclo de odio y muerte están a nuestro alcance, pero requieren un esfuerzo consciente y sostenido. Implican la escucha atenta —no para responder, sino para comprender—, la observación de nuestros propios límites ante un discurso distinto, y el valor de atravesar la incomodidad que supone no tener siempre la razón. Este es el primer paso para no caer en la violencia, la descalificación o el odio.

Debemos reconocer que la compasión no es una emoción débil o pasiva. Es una fuerza activa que se cultiva a través del reconocimiento mutuo y del respeto por la dignidad de cada persona, sobre todo hacia aquellas con las que estamos en desacuerdo. Es un ejercicio diario de empatía que nos permite ver más allá de las etiquetas y las ideologías, y reconocer al ser humano que hay detrás.

La polarización ha llegado a un punto en el que el bien común ha dejado de ser una prioridad. Es hora de que elijamos la construcción sobre la destrucción, la conversación sobre el enfrentamiento y la comprensión sobre el prejuicio.

Colombia nos está pidiendo a gritos que maduremos como sociedad. Que dejemos de lado las emociones que nacen desde el miedo y demos un paso hacia la construcción de una comunidad basada en el amor, el respeto y la justicia. Si logramos hacer esto, la memoria de aquellos que han caído víctimas de la polarización no solo será honrada, sino que se convertirá en el motor de un futuro más esperanzador para todos.


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