

Hace unos días nos sorprendió la siguiente noticia: un trabajador mexicano murió después de beber una sustancia envenenada por sus propios compañeros de trabajo. Si, dentro de una empresa. Durante la jornada laboral. Entre personas que compartían espacio, tareas y salario.
Eso que suena a guión de película de terror o titular sensacionalista tiene otro nombre más sencillo: mobbing. Y aunque este caso es extremo, el acoso laboral es mucho más común de lo que nos gustaría admitir.
¿Qué es el mobbing exactamente?
Es un tipo de violencia laboral. Una que no siempre deja marcas visibles, pero sí cicatrices profundas. Se trata de un hostigamiento sistemático hacia una persona en su trabajo. Puede manifestarse como burlas y comentarios ofensivos, exclusión social, bloqueo de información o tareas, ridiculización en público, rumores y chismes malintencionados, aislamiento deliberado, entre otras cosas. Casi siempre tiene un propósito no declarado: cansar a la persona hasta que decida renunciar.
El mobbing es, en pocas palabras, el bullying de los adultos.
¿Por qué ocurre? Una mirada desde el comportamiento humano
A veces imaginamos que los acosadores son “gente mala” o “casos aislados”. Pero las ciencias del comportamiento nos muestran otra cosa: gran parte del mobbing no surge de individuos violentos, sino de grupos que normalizan una dinámica destructiva.
Estas claves nos sirven para entenderlo mejor:
La necesidad de pertenecer es tan profunda que, ante la amenaza de quedar fuera, muchas personas prefieren callar, sumarse a la mayoría o mirar hacia otro lado. Es lo que explica por qué tantos actos injustos quedan sin ser denunciados, o por qué gente que parece tan querida termina haciendo sentir mal a otros.
Pueden tener manuales de ética, valores corporativos o cursos de inducción, pero las normas que realmente dictan el comportamiento son las que un grupo construye sin darse cuenta: lo que se aplaude, lo que se tolera, lo que se calla. Y si el entorno recompensa la burla, el machismo, la humillación, la violencia, estas se instalan como ley.
En grupo, la responsabilidad se diluye: nadie se siente directamente culpable, ni cree estar haciendo tanto daño. El problema es que reunir pequeños desprecios produce un daño inmenso en la persona que los recibe.
¿Se puede prevenir? Sí, pero no con frases en la pared
Combatir el mobbing no se logra con afiches de “cultura empresarial” o manuales contra el acoso. Lo primero es aprender a leer las dinámicas invisibles, como: ¿quién se queda siempre fuera de los almuerzos?, ¿de quién se hacen chistes pesados?, ¿a quién nunca se le consulta ni se le escucha?, ¿a quién se le ridiculiza por diversión? Estas son señales pequeñas pero que sumadas apuntan a una cultura con grietas profundas.
El camino no empieza con sanciones sino con espacios donde la gente pueda hablar sin miedo, con líderes capaces de leer las tensiones antes de que exploten y con conciencia sobre cómo nuestros propios sesgos influyen en a quién incluimos o excluimos.
Cada vez que una empresa tolera el mobbing, envía el mensaje de “sálvese quien pueda”. Pero cuando una empresa protege, escucha, repara, cambia el discurso a “aquí todos estamos en el mismo barco”. Y esto no es solo un mensaje que suene bien, sino que es una estrategia de supervivencia y éxito organizacional. Porque nada ataca más la confianza y por ende, la productividad real, que permitir que el trabajo se convierta en ese lugar a donde nadie quiere ir.
La clave está en lo colectivo
No se trata de que todos seamos amigos, ni de crear entornos artificialmente endulzados. Se trata de entender esta realidad: no hay salud organizacional sin salud relacional. El mobbing no es una guerra entre dos. Es un síntoma de una cultura enferma que refleja una desconexión profunda entre lo que las empresas dicen y lo que realmente se vive dentro de ellas. La cura no es individual sino colectiva, porque el daño también lo es.
Construir espacios colectivos en los que prime la confianza y se fomente la buena toma de decisiones, es posible. Se llama arquitectura de entornos éticos y está al alcance de todos. Solo se requiere la valentía de enfrentar aquello que incomoda para poder generar cambios potentes que favorezcan no solo la productividad de la empresa sino, lo más importante, la integridad de cada una de las personas que la componen.